Henos aquí,
en esta convergencia de caminos
levantada en el solar imbatible del tiempo.
Atrás quedaron
los ojos sin pausa en el cuerpo gris del horizonte
-cual costumbres redondas de los días-
y desnudo el corazón, al abrigo de la piel nocturna.
Henos aquí,
coronado el afán asíduo al paso.
¿Cuál dulce emepeño anima la brasa
que nos arde en este incendio?
¿Qué singular respiro
a la sombra sostenida de una torre,
donde el metal vuela grácil y púrpura su sílaba?
Desde este ángulo amanece la vida sin pretextos.
¡Con que abrazada virtud
suceden sus dictados,
bajo el turbante solemne del día
no entregado a la atadura del polvo¡
A los pies luminosos de la tarde ascienden
lutos de las infancias
que juegan a una cesta de sol sobre sus hombros
en la misma tierra que viste de orgullo a las petunias
y engendra de fiesta a los olivos.
Tibios de sangre acuden, como un oleaje
estrangulado en las cordilleras
del hambre y sus mesetas
o como negros manteles de tulipán reciente.
Entre jubones amarillos sus asfaltos,
sus cuerpos de naufragio,
o ese rumor delgaddo de trigos
en la arquitectura salobre
de un dolor en cinta de la tierra.
Niños tristes,
soñadores,bajo el ojo escayolado de la luna.
Esther González
No hay comentarios:
Publicar un comentario