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martes, 2 de septiembre de 2014
A MI DIOS CON LA VOZ COTIDIANA, DE JOSÉ MANUEL SOLÁ
Señor de todos los tiempos, Padre:
Tú me conoces, sabes que no soy un académico, filósofo o siquiera religioso. Soy un hombre de la pobreza trasplantado a la ciudad de concreto, asfalto, vidrio, metales y ruidos hace muchos años. Pero como tantas veces y tal vez motivado por este vídeo, hoy he estado evocando los días de mi lejana infancia. Sé que tú conoces mis pensamientos más íntimos. Mi campo era verde, tenía todos los tonos del verde: mi campo proclamaba todas las esperanzas. En mi barrio éramos pobres, muy pobres. Y de los pobres del barrio, mi hogar era el más pobre. ¡Gracias a Dios, éramos pobres! Mi madre era analfabeta y aún así me enseñó una riqueza que los poderosos y los sabios han intentado arrancar de mi a través de tantos años: la Fe. Recuerdo que mami me enseñó a rezar el Padre Nuestro y el Ave María sentados en la puerta de la sala (no teníamos entonces otro lugar donde sentarnos). Gracias, Yahveh, porque me ayudaste todo ese tiempo a repetir las palabras del Divino Maestro: "Yo he vencido al mundo". Recordaba hoy cómo al amanecer salía a mi escuelita de campo entre neblinas y exhalando el vapor por la boca en los días de frío. También recuerdo las gotas de rocío sobre las hojas verdes, parecían esmeraldas. También recuerdo, claro, los días del hambre. Bueno, a decir verdad, no fueron muchos que yo recuerde, pues mi padre cultivó el pedazo de tierra donde nací con una devoción y una ternura tales que todo lo que él sembraba crecía opulento, verde, hermoso, lozano. Recuerdo los cuentos, las canciones, el vuelo de los pájaros y aquellas estrellas milagrosas que como un piélago azul de luces se esparcían sobre todas las casas en la noche. Recuerdo a mis hermanos, a mis amigos, a mi perro y el olor de los guayabales tan cercanos. Y el aroma y el sabor de las naranjas. Recuerdo la azada de mi padre y su sudor sagrado, sus manos encallecidas y su cabello negro que caía como una alondra herida sobre su frente. Si... ahora pienso que yo crecí rodeado de cosas sagradas. Por eso ahora pienso que entonces éramos felices. Por eso digo: gracias a Dios éramos pobres. Ahora, pues... no sé, Señor, qué está sucediendo con el mundo que nos diste en calidad de custodios y para disfrute en usufructo. ¿Qué uso o qué abuso estamos dando a esta tierra de nuestro mundo? El agua de ríos y océanos está siendo contaminada, agredida. La gloria verde de los bosques está siendo cercenada, quemada, destruida. Ya yo no escucho el canto de los pájaros. Hasta el aire está siendo agredido, mutilado, por la contaminación en todos los países, sean capitalistas o marxistas y todo en nombre de un progreso que no es tal, que en todo caso es "prosperidad" de los dueños de los medios de producción o de quienes los controlan. A tal extremo que sólo sé de las estrellas cuando veo una foto. El hombre de estos tiempos se ha vuelto el gran depredador. Y celebra su hazaña como un gran logro. Las guerras proliferan. Y las justifican con consignas como libertad, democracia, justicia social... y hasta las justifican con tu sagrado nombre. Millones de niños caen diariamente como gorriones asesinados en todos lados, cuando aún no habían aprendido a cantar, a contemplar tu gloria en el rocío de la alborada, a levantar las manos en oración como si fuesen a recoger las estrellas. Los niños y sus padres viven aterrados y sedientos. No pueden asomarse a dejarse bañar por la luna en las noches que debieran ser las más bellas. Les ha sido prohibido por los "lores" de la guerra, por los buques armados y los bombarderos. La mirada de los inocentes ha sido crucificada. ¿Qué pasó con las canciones infantiles, Señor, por qué han sido escondidas detrás del estampido de las bombas, los misiles y el estruendo de los tanques de guerra? Señor.... ¿volverá el hombre algún día a conocer la primavera? En vos confío. José Manuel Solá lunes 1ro de septiembre de 2014
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