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lunes, 5 de diciembre de 2011

SALUDOS, un correo que nos llega desde Puerto Rico, escrito por el poeta José Manuel Solá





Saludos.



Ayer envié un mensaje (en CCO, como éste) a un grupo de más de 100 de mis contactos (prefiero decir

a un grupo de mis amigos) con unas reflexiones personales. Aparentemente prendí un hermoso incendio,

una buena dinámica, por la avalancha de respuestas que recibí: todas -sin excepción- muy respetuosas

y amables. Algo, sí, me impresionó o, como decimos, llamó mi atención: algunos me pedían les explicase

algunos conceptos que no estaban allí escritos y me llamaban "maestro". Por poco me da un infarto.

Yo no soy ni presumo de ser un iluminado ni un maestro. ¡Si yo no soy maestro ni de mi propia vida!

Yo soy un ignorante que tal vez las cosas que pongo por escrito han sido pensadas o expresadas por muchos

antes que yo y quizás hace siglos. Pero, nada, son cosas que entiendo que son verdades... aún cuando puedo estar

equivocado. Soy un ignorante sincero, nada más.



Esos mensajes, que me tuvieron leyendo y reflexionando por más de dos horas y media (y de los que

apenas llegué a contestar dos) me motivaron a ordenar mis pensamientos. Y una de las cosas en que

no pude evitar reflexionar fue la pregunta esencial: ¿qué es lo que yo quiero?



Hemos leído incontables veces la frase: "no hagas a otro lo que no quieras que a ti te hagan".



En el libro sagrado de los cristianos se nos exhorta a "amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo

como a tí mismo".



Pero, lamentablemente, para la mayoría de nosotros, son frases simpáticas, casi como los "slogans" de

publicidad. Y las olvidamos con facilidad. Y seguimos autodenominándonos cristianos, budistas, hindúes,

espiritualistas... lo que sea. ¿Comprendemos el sentido de esas frases? Y si lo comprendemos ¿vivimos

su enseñanza?



Hace más de 20 años yo estuve meditando, todas las tardes durante una hora y practiqué la meditación

durante, digamos, más de un año. Luego dediqué mi tiempo a otras cosas. No sé si alcancé algún grado

de sabiduría. Pero, como leí en algún lugar, "sabiduría es el sedimento que queda en el espíritu después

que olvidamos lo que nos fue enseñado". Es lo que llevamos a la vida al salir del salón de clases y cómo

lo vivimos.



Por ejemplo, algunos desconocen que en el Universo hay unas leyes que nos aplican a todos, sin excepción.

Algunos les llaman "karma" y otros las designan de otras formas. Pero, realmente, ¿qué importa la manera

como les llamemos? Son las mismas. Operan igual en todos.



¡Cuidado con los pensamientos y con lo que expresas!, me repito a mi mismo. Lo que piense, lo que exprese,

lo que desee, regresará hasta mi con mayor fuerza.



Si desprecio a alguno seré despreciado por muchos. Claro, todo regresa multiplicado.



Si le deseo mal a alguno, más temprano que tarde el mal me alcanzará. Eso, pues, naturalmente, estaremos

generando mal dentro de nosotros mismos, lo estaremos alimentando con nuestro propio Ser. Y las leyes

del Universo no olvidan. Devuelven. Retribuyen.



Algo que no mencioné en la reflexión de ayer y que ahora recuerdo es la frase en el libro sagrado de los

cristianos: "...antes de llevar tu ofrenda al templo, vé y reconcíliate con tu hermano..." Luego, ¿quién es mi

hermano? Mi hermano eres tú, es mi hijo, es mi vecino, es el vietnamita, el gringo, el uruguayo, es el negro,

el blanco, es el marginado, es el que subiste en una prisión. Mi hermano es cada hombre, cada mujer, cada

niño o anciano. E incluso, tengo por hermano a cada árbol, a cada pájaro, a cada río. ¿Por qué y cómo debo

de reconciliarme con ellos? ¿O es que sólo he pensado palabras bonitas, simpáticas?



¿Cómo puedo estar en la gracia del Elan vital del Universo mientras no me reconcilie con mis hermanos

de la Tierra? ¿Puede salir de mi corazón un mensaje amoroso a otros si mi corazón está contaminado

con rencores o desprecios? En un lodazal pueden crecer flores, por supuesto, pero... ¿cómo huelen?



¿Qué es lo que quiero? No sé... no estoy seguro. Tal vez busco, inconscientemente, limpiar el lodazal de

mi espíritu y lograr que allí florezca una flor nueva que pueda compartir con mis hermanos. Luego llevaré

mi ofrenda o mi sacrificio al templo.



Gracias por leerme. Y perdonen si soy impertinente.



José Manuel Solá

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