(Con Esther González Sánchez)
Yo no tuve una suerte que cuidara
mi endeble personita adivinando,
un desayuno alegre, dispersando
un aroma de alpaca en la cuchara
o un padre que tal vez se preocupara
porque fuere en mi deshilvanando
y entre lúdicos consejos desflorando,
un porvenir de típico tacuara.
No obstante, mi violín de flora clara,
sin un solo vestigio dulcamara
me arrojó a un bohemio cataclismo,
desde el amplio pulmón que desampara
la implosión de un aliento que dispara
más allá del pináculo divismo.
Rodolfo Leiro